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Ese inspector de aduanas, me miró, miró mi equipaje y dijo, “¡Ah! Creo que ... Usted se parece a La Maestra Suprema Ching Hai”. Dije: “Ah, todo el mundo dice eso”. Dije: “Oigo eso todo el tiempo”. Entonces, no se le ocurrió nada, me dio un sello y luego me fui. Y después de alejarme una larga, larga, larga distancia, le soplé un beso. Y entonces me dijo: “¡Ah! ¡Es Usted! ¡Usted es la Maestra!” Yo ya corría hacia el taxi.